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Malformación fetal

Por fin había llegado. Después de posponer el cambio durante meses, por no decir años, nos habíamos decidido y ¡nuestro bebé venía en camino! La ilusión del test positivo no es comparable con la emoción de verle y escucharle el corazón por primera vez en la sexta semana. No había experimentado jamás algo tan intenso.

Las semanas fueron pasando, y a los miedos de unos padres primerizos en pandemia, se le iba sumando saber que algo no cuadraba. En una visita a urgencias tras manchar un poquito, el doctor que nos atendió nos dijo que por el tamaño del bebé, estaba de una semana menos.

En la eco de la semana 12 nos lo confirmaron. La Doctoras nos aconsejaron volver pasadas unas semanas, dándole tiempo al bebé a evolucionar, pero tras ese tiempo, seguía sin crecer como debía.

Agradecí que me propusieran hacerme una biopsia corial, para no tener que esperar una amniocentesis. Como paciente, fue una prueba sencilla ya que solo requería de reposo. La dificultad la tenían las doctoras, ya que debían retirar un trocito de placenta sin dañar al bebé. En ese sentido, salió todo perfecto.

Los resultados no tardaron en llegar. La Doctora Torrijo acudió de propio a una cita un viernes por la tarde, y nos confirmó las sospechas: el bebé tenía triploidía.

Esto hacía que, más tarde o más temprano, no fuese viable.

Y allí me encontraba yo, embarazada de 15 semanas de mi primer hijo, con un bebé con corazón de león, vivo, pero que no crecía como debía.

Las opciones eran pocas, y nuestra decisión como pareja estaba tomada: no queríamos seguir adelante, postergando la angustia y el dolor.

El día del aborto no fue lo que imaginaba. Nada traumático

Lo primero que me llamo la atención fue la cantidad de mujeres que se encontraban en la clínica para lo mismo que yo. Por supuesto, cada una con sus circunstancias, pero jamás hubiese imaginado que era algo tan habitual.

El personal te trataba en todo momento con mucho respeto, y te dedicaba palabras tranquilizadoras y de cariño. Aunque pase toda la mañana en la clínica, entre consultas e ingreso, el momento de pasar a quirófano no duro más de 20 minutos. Allí fue el único momento que me sentí vulnerable: con tan solo una batita fina semiabierta por delante, tumbada en una camilla con las piernas abiertas, esperando a ser sedada, me ataron pies y manos sin ninguna explicación. Hubiese preferido que me dijesen que me iban a atar, y una vez dormida, haberlo hecho.

Dolor físico no he tenido ni un poquito y psicológicamente es una montaña de emociones, pero he de decir, que varias semanas después estoy bien.

Nunca supe cuánto deseaba ser madre hasta que no te pasa algo así.

Lo único que me da fuerza es pensar en quedarme embarazada cuanto antes. Estoy deseando ponerme a ello. Me consuela que en esta primera vez, nos quedamos embarazados bastante rápido y que es difícil que nos ocurra de nuevo algo así. Al fin y al cabo, como nos dijo la Doctora Torrijo ¿cuánta gente conoces que le haya tocado dos veces la lotería? Imposible no, improbable sí.

Lo que tengo claro es que, aunque duele, todo esto me ha dejado muchas cosas buenas: una unión todavía mayor con mi pareja, un deseo brutal de ser madre (hasta ahora quería pero pensaba siempre en que debía ser más adelante) y el conocimiento y vivencia de un amor incondicional que hasta ahora no había sentido.

Sin llegar a nacer, este bebé me ha traído muchas cosas buenas. Ha sido luz.

Muchos besos a todas las personas que sufren por esta situación o similar y un agradecimiento especial al acompañamiento y sensibilidad mostrado por todas las profesionales que han estado con nosotros en este proceso.

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